Frente a un plató cuidadosamente coreografiado en Moscú y conectado por vía telefónica con millones de espectadores, Vladímir Putin volvió a convertir su tradicional balance de fin de año en un ejercicio de poder político televisado. Durante más de cuatro horas de preguntas y respuestas, el presidente ruso alternó mensajes de fuerza militar, reproches a Occidente y guiños a una posible salida negociada a la guerra en Ucrania, en un formato híbrido de rueda de prensa y programa de llamadas que el Kremlin explota desde hace años como demostración de control y cercanía.
Sobre el terreno, el mensaje fue inequívoco: según Putin, el ejército ruso “ha tomado completamente la iniciativa estratégica” y está avanzando “a lo largo de toda la línea de contacto”, con el enemigo “retirándose en todos los sectores”. El dirigente aseguró que antes de que acabe el año espera “nuevos éxitos significativos” de sus fuerzas y subrayó que los objetivos militares del Kremlin “serán alcanzados”, insistiendo en que Rusia no es responsable del inicio del conflicto y que solo responde a amenazas externas.
Pero el discurso no fue solo militar. Putin dedicó buena parte de su intervención a insistir en que Moscú está “lista y dispuesta” a poner fin al conflicto “por medios pacíficos”, siempre que se aborden lo que describe como las “causas profundas” de la guerra y se revisen las actuales arquitecturas de seguridad europeas. Con una fórmula repetida varias veces, sostuvo que “la pelota está enteramente en el campo” de Ucrania y de sus “patrocinadores europeos”, a los que acusó de alimentar la contienda mientras, en paralelo, intentan presentarse como defensores de la estabilidad.
Las relaciones con la Unión Europea quedaron en el centro de sus ataques cuando abordó el debate en Bruselas sobre el uso de activos rusos congelados para financiar la reconstrucción de Ucrania. Putin describió cualquier intento de confiscar esos fondos como un acto de “robo” que tendría “serias consecuencias” y, en su opinión, dañaría de forma irreversible la credibilidad de la eurozona como refugio financiero, no solo para Rusia sino para numerosos países exportadores de energía. El líder ruso afirmó que los Veintisiete ya han reculado de sus planes más agresivos por temor a ese impacto, una interpretación que analistas europeos consideran, como mínimo, discutible.
En un registro más conciliador, el presidente aseguró que Rusia no tiene intención de lanzar nuevas operaciones militares contra otros países “si se nos trata con respeto” y “en pie de igualdad”. Llegó incluso a esbozar, como posibilidad “teórica”, una futura cooperación estratégica entre Rusia y Europa que, según dijo, podría hacerles “más fuertes que Estados Unidos”, siempre que se reconstruya la confianza y se abandonen las políticas de contención hacia Moscú. El mensaje buscó, según la lectura de varios medios europeos, explotar las divisiones internas en la UE y alimentar el debate sobre la dependencia de Washington en materia de seguridad.
Putin también se esforzó en presentar la economía rusa como resistente frente a las sanciones, con referencias a un crecimiento acumulado del producto interior bruto en los últimos tres años y a la capacidad del país para completar grandes proyectos industriales a pesar de los obstáculos. En paralelo, elogió las donaciones “de alrededor de mil millones de dólares” recaudadas entre ciudadanos para apoyar al ejército, y retrató a los veteranos de la guerra como futuros líderes de empresas, regiones y ministerios, en un intento de normalizar el conflicto e integrarlo en el relato de modernización nacional.
En Washington, medios estadounidenses destacaron en sus análisis el doble juego del mandatario: por un lado, los elogios al presidente Donald Trump por sus “serios esfuerzos” para poner fin a la guerra; por otro, la ausencia de concesiones concretas por parte del Kremlin. Comentarios en prensa y televisión subrayaron que las condiciones de Putin para negociar apenas se han movido desde las primeras fases de la invasión, mientras el gobierno estadounidense intenta impulsar una vía diplomática que no implique legitimar los cambios territoriales reclamados por Moscú.
Desde Europa, las crónicas se centraron en la combinación de tono desafiante y oferta de diálogo, con especial atención al mensaje dirigido a las capitales de la UE. Medios británicos y de Europa central pusieron el foco en la advertencia sobre el uso de activos rusos y en la amenaza velada de represalias financieras, mientras otros subrayaban la insistencia de Putin en que “no quiere atacar Europa” y su disposición a cooperar si se le ofrece un trato “de igual a igual”.
Pese a las referencias a una futura paz, la escenografía y el contenido reforzaron la imagen de un líder convencido de poder soportar una guerra larga, tanto en el frente como en el terreno económico. Entre llamadas cuidadosamente seleccionadas de ciudadanos preocupados por precios, vivienda o servicios públicos, Putin buscó transmitir que la situación en Rusia “no es única ni tan grave como algunos quieren hacer creer”, y que el país ha aprendido a vivir bajo sanciones mientras redefine sus alianzas internacionales.
En los minutos finales, el presidente ruso expresó el deseo de que el próximo año transcurra “en paz y sin conflictos militares”, pero condicionó esa aspiración a la eliminación de las “causas originales” de la crisis y a la construcción de lo que describe como un sistema de seguridad “fiable, duradero y sostenible”. La paradoja entre ese deseo de paz y la firmeza de sus exigencias quedó como uno de los grandes titulares que las redacciones europeas y estadounidenses extrajeron de una comparecencia que confirma que, por ahora, Moscú no ve motivo para cambiar de rumbo.







