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La mejor cantera internacional de arquitectos imagina en Navarra nuevas formas de vivienda social

Durante una semana, los jóvenes talentos trabajaron sobre tres solares cedidos por la empresa pública Nasuvinsa, situados en Barañáin, Arrosadia y Sarriguren

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Campus Ultzama

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Navarra se convirtió este sábado en escenario de una poderosa reflexión sobre el presente y el futuro de la vivienda social. Veinte estudiantes de arquitectura de las mejores escuelas internacionales presentaron sus proyectos en el IX Campus Ultzama, que concluyó con una jornada de exposición y debate en el Centro Ecuestre Los Robledales. Durante una semana, los jóvenes talentos trabajaron sobre tres solares cedidos por la empresa pública Nasuvinsa, situados en Barañáin, Arrosadia y Sarriguren, desarrollando propuestas que abordan retos tan complejos como la densidad urbana, la flexibilidad de uso, la eficiencia constructiva o el equilibrio entre coste y calidad.

«Soñar un poco también forma parte del trabajo del arquitecto», recordaba Patxi Mangado, impulsor del campus, al abrir la jornada. Y esa ha sido precisamente la consigna de esta novena edición: soñar con rigor dentro —o incluso a pesar— de los límites impuestos por la normativa, la economía o el contexto urbano.

Barañáin: tres maneras de habitar, tres maneras de pensar

Coordinado por el suizo Andrea Deplazes, el grupo que trabajó sobre la parcela de Barañáin presentó tres propuestas diferenciadas. Una de ellas, titulada Living, not Housing, planteaba una estructura modular y prefabricada atravesada por volúmenes cilíndricos que funcionaban como chimeneas de ventilación y microespacios habitables. Una apuesta equilibrada entre innovación formal y viabilidad técnica que fue bien valorada por Mangado: «La buena arquitectura también consiste en saber cumplir con las reglas del juego».

Las otras dos propuestas exploraban enfoques más radicales: desde una reinterpretación de la veranda como espacio intermedio que diluye los límites entre interior y exterior, hasta una organización interna basada en la zonificación entre áreas diurnas y nocturnas, buscando fomentar la vida en comunidad sin sacrificar la privacidad. Sin embargo, algunos tutores criticaron su falta de atención a elementos clave como la eficiencia espacial o los costes.

Arrosadia: belleza, pero ¿es vivienda social?

En el solar de Arrosadia, los estudiantes guiados por Carlos Jiménez y João Pedro Serôdio propusieron una arquitectura fragmentada que se integra en el entorno con pasarelas, zonas verdes y una estructura desplazada al exterior para liberar el interior de las viviendas. Con unidades de hasta tres fachadas, el proyecto alcanzaba cotas altas de iluminación y ventilación.

«Es un proyecto excelente, pero no es un proyecto de vivienda social», señaló Patxi Mangado, poniendo el acento en la necesidad de no perder de vista el objetivo esencial: ofrecer soluciones habitacionales accesibles y escalables. Jiménez defendió el valor de la propuesta como un ejemplo de lo que la vivienda social podría llegar a ser si se amplían los márgenes normativos.

Sarriguren: flexibilidad como base de una vida digna

El tercer grupo, coordinado por Patxi Mangado y Franc Fernández, abordó el proyecto para Sarriguren desde una premisa clara: ofrecer una vivienda que evolucione con sus habitantes. Su propuesta giraba en torno a un gran espacio central cubierto —una suerte de calle-patio— atravesado por corredores y escaleras, generando una espacialidad escenográfica, luminosa y permeable. Las viviendas, prefabricadas y de distribución adaptable, se diseñaron con la idea de acompañar a sus residentes en las distintas etapas de su vida.

«Tenemos la obligación de ofrecer algo que pueda acompañar dignamente a personas que probablemente solo puedan adquirir una vivienda en toda su vida», resumió Fernández. Sencilla, austera y duradera: así definieron los estudiantes su visión de una arquitectura honesta y comprometida.

Un cierre con mirada pública: la vivienda como reto estructural

La jornada se cerró con la intervención de Javier Burón, director general de Nasuvinsa, que habló sin rodeos: «No sabemos cuántas viviendas hacen falta exactamente en Navarra, pero sí sabemos que necesitamos construir sin descanso». Más allá del número de unidades, insistió en la importancia de atender a la diversidad tipológica, la flexibilidad y la evolución del parque residencial. «La vivienda protegida ya no es barata de construir. Es extremadamente cara. Por eso necesitamos ideas nuevas que piensen fuera de la caja. Y, si es necesario, cambiar la caja».

Burón confirmó que Navarra está preparando una reforma legislativa sobre vivienda que se concretará en los próximos seis a nueve meses, y que buena parte de las ideas vistas en el Campus Ultzama podrían inspirar ese proceso.

Arquitectura con compromiso ético

Durante una semana, el Campus Ultzama ha sido un lugar de encuentro entre generaciones, saberes y sensibilidades arquitectónicas. Un taller, pero también un ágora. Los veinte estudiantes han convivido, debatido y diseñado bajo la premisa de que otra forma de construir —más justa, más humana, más responsable— no solo es posible, sino urgente. En un momento en que la vivienda vuelve al centro del debate político y la presión sobre el mercado inmobiliario crece sin freno, Navarra se posiciona como un laboratorio vivo donde imaginar soluciones audaces.

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