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¿Por qué hay personas a las que el estrés da hambre y a otras se lo quita?

Por Patricia Aragón Espinosa, Universidad de La Rioja y Juana Inés Mosele, Universidad de La Rioja

Publicado: 17/04/2025 ·
09:00
· Actualizado: 17/04/2025 · 09:02

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  • Una mujer con una hamburguesa -

La protagonista de la película El diario de Bridget Jones se refugia en la comida cada vez que siente que su vida sentimental y profesional se desmoronan. Para ella, el estrés y la frustración tienen sabor a helado de chocolate. Pero no todos reaccionamos igual ante una situación similar: mientras algunos buscan consuelo en la comida, otros sienten un nudo en el estómago y pierden el apetito. ¿A qué se deben estas diferencias?

Dos tipos de estrés

Decir “estoy estresado” o “estoy estresada” se ha convertido en una muletilla del siglo XXI que utilizamos para expresar incomodidad o angustia ante una situación desagradable o difícil de gestionar. Esta circunstancia pone a nuestro cuerpo en alerta, provocando cambios fisiológicos, bioquímicos y conductuales que tienen como objetivo contrarrestar los efectos de la tensión.

De manera muy general, podemos distinguir dos tipos de estrés:

  • Estrés agudo: se manifiesta de manera repentina en un momento puntual. Los motivos que lo provocan suelen ser de naturaleza física, como sufrir un atraco o la amenaza del ataque de un perro.

  • Estrés crónico o psicosocial: aparecen estresantes que perduran en el tiempo y generan tensión continua. Hablamos de conflictos con miembros de la familia, problemas financieros constantes o un entorno laboral hostil, entre otros.

La respuesta biológica al estrés suele ser beneficiosa a corto plazo, como en el caso del estrés agudo, ya que prepara al organismo para concentrar toda su energía en la supervivencia y evasión del agente estresor. Sin embargo, cuando estas reacciones se prolongan en el tiempo, como ocurre con el estrés crónico, los efectos pueden resultar contraproducentes.

Además, cada persona responde de manera única al estrés, influida por los factores fisiológicos, psicológicos y ambientales individuales. Y una de las formas más comunes de gestionar las emociones negativas es a través de la alimentación: algunos individuos tienden a comer en exceso, mientras que otros reaccionan de forma contraria, dejando de comer.

Nudo en el estómago o apetito desaforado

Los estudios indican que entre el 35 y el 40 % de las personas tienden a aumentar su consumo de alimentos cuando experimentan estrés, mientras que el resto mantiene o reduce su ingesta. ¿A qué se debe esta diferencia? Dado que los mecanismos de gestión del estrés son muy complejos, no podemos ofrecer una única respuesta. Sin embargo, muchos estudios apuntan a que puede deberse a la manera que tiene nuestro organismo de manejar las hormonas que controlan el apetito.

En situaciones de estrés agudo se activa la respuesta llamada “de lucha o huida”, lo que provoca la liberación de adrenalina y noradrenalina. Estas hormonas suprimen el apetito temporalmente, ya que nuestro organismo está en estado de alerta y concentra toda su energía para hacer frente al agente estresor en lugar de preocuparse por la alimentación. De ahí que el estrés agudo se asocie con la inhibición del apetito.

En cambio, en situaciones de estrés crónico, la secreción de hormonas que regulan las ganas de comer, como el cortisol o la hormona liberadora de corticotropina, pueden generar tanto un aumento como una reducción en la ingesta de alimentos. Esto explicaría, en parte, por qué el estrés crónico se asocia con cambios en el peso corporal.

En este aspecto, ocurre una cosa curiosa y que es tema de investigación, como veremos más adelante: muchas de las personas que tienden a comer más suelen preferir alimentos ricos en grasas y azúcares, aumentando de esta manera la ingesta de calorías y, por tanto, de peso.

Otro dato que resulta interesante y que está siendo discutido por muchos expertos es que las personas obesas o con sobrepeso, las mujeres o aquellos individuos que están siguiendo dietas muy estrictas podrían ser más propensos a comer más en situaciones de estrés.

A esto hay que añadir que muchos recurren a la comida como una forma de evadir los sentimientos negativos y reducir la ansiedad, lo cual refuerza el consumo excesivo.

En definitiva, tanto los factores hormonales como la capacidad de regular las emociones influyen en si una persona come más o menos cuando está bajo estrés.

¿Tiene algún sentido evolutivo?

A lo largo de la historia, el estrés ha sido un mecanismo de supervivencia esencial, permitiéndonos reaccionar ante amenazas inmediatas. Según Darwin, no sobrevive el más fuerte, sino aquel que mejor se adapte a los cambios.

Sin embargo, mientras la sociedad ha evolucionado, nuestros mecanismos de defensa no lo han hecho al mismo ritmo, por lo que en situaciones de estrés crónico nuestra salud física y mental puede verse comprometida.

En cuanto a la relación entre el estrés y la alimentación, se han identificado dos tendencias heredadas. Por un lado, la evolución ha favorecido la tendencia a comer en exceso cuando hay comida disponible, una estrategia que en el pasado permitió la supervivencia en tiempos de escasez.

Y por el otro lado, diversos estudios indican que la respuesta natural al estrés y a las emociones negativas es la pérdida del apetito, especialmente en la infancia. No obstante, durante la pubertad, esta respuesta puede cambiar y dar lugar a la alimentación emocional, en la que se come en reacción a las emociones en lugar de a la sensación biológica de hambre.

Así que el vínculo entre el estrés y la alimentación no solo está determinado por la biología o la genética, sino también por nuestras experiencias, el entorno en el que crecemos y la manera en que aprendemos a gestionar las emociones a lo largo de la vida.

Predilección por alimentos poco saludables

Finalmente, el estrés no solo influye en la cantidad, sino también en el tipo de alimentos consumidos. Algunos estudios han demostrado que, en situaciones estresantes, las personas tienden a preferir productos ricos en grasas y azúcares. Esto ocurre porque se activan mecanismos hormonales que influyen en las áreas del cerebro relacionadas con la recompensa, haciendo que los alimentos más calóricos y sabrosos resulten más gratificantes.

En consecuencia, muchas personas utilizan la comida como una forma de aliviar el estrés, lo que puede generar un ciclo de retroalimentación donde dichos alimentos se convierten en una vía recurrente para calmar la ansiedad.

El problema, como sabemos, es que el consumo frecuente de este tipo de comida puede tener efectos negativos en la salud. No solo aumenta el riesgo de sufrir sobrepeso u obesidad, y todas sus complicaciones asociadas, sino que también puede influir negativamente sobre el estado de ánimo y la propia sensibilidad al estrés.

De hecho, algunas investigaciones sugieren que el consumo excesivo de grasas y azúcares podría generar un patrón similar al de la dependencia, donde la comida se convierte en una estrategia de evasión al estrés. Si esta conducta se mantiene en el tiempo, puede aumentar el riesgo de desarrollar problemas metabólicos, cardiacos y emocionales.

Todos estos hallazgos resaltan la importancia de entender cómo el estrés influye en la alimentación no solo a nivel individual, sino también en el desarrollo de estrategias para gestionarlo de manera saludable y evitar consecuencias negativas en la nutrición y el bienestar general.The Conversation

Patricia Aragón Espinosa, Investigadora predoctoral en Nutrición, Universidad de La Rioja y Juana Inés Mosele, PDI Ciencias de la Salud, Universidad de La Rioja

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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