Comienzan las obras de mejora de movilidad y accesibilidad en varios barrios de Pamplona

Los plazos de ejecución varían entre cuatro y cinco meses

Pamplona Actual

Me gusta, le gusto, ¿ahora qué? La probabilidad de vivir una historia de amor

Por José-Manuel Rey, Universidad Complutense de Madrid

Publicado: 04/08/2025 ·
08:27
· Actualizado: 04/08/2025 · 08:29
  • Feliz pareja enamorada -

Me gusta, le gusto. Este suele ser el detonante de historias de amor, aventuras o episodios de amor fugaz entre dos personas. Se suele atribuir a ese momento de atracción mutua un carácter azaroso y mágico. En realidad, está determinado por las leyes científicas de la atracción humana.

Nuestro cerebro está permanente alerta para detectar ese “algo especial” y además hacerlo en milésimas de segundo. Se conocen los factores biológicos (como la simetría o las señales hormonales) y psicológicos (semejanza o reciprocidad, entre otros) que activan la atracción humana, lo que la hace más predecible y menos misteriosa de lo que se puede pensar a priori.

Hay dos razones para no abundar aquí en esos determinantes de la atracción. Por un lado, ignorar las causas del enamoramiento es quizá el modo de mantener su misterio. Por otra parte, resulta más práctico analizar el escarceo amoroso: no el “¿por qué?” de la atracción sino el “¿y ahora qué?” Una cosa es sentir y otra actuar.

En teoría, la motivación de los dos protagonistas tras la explosión inicial debería bastar para ponerlos en acción, pero en la práctica hay diferencia entre teoría y práctica, entre motivación y acción.

¿Voy o viene?

La atracción no basta para que se realice la historia de amor. La literatura y el cine están plagados de célebres ejemplos de amores no realizados: Dante y Beatriz, Petrarca y Laura, Cyrano y Roxane, Rick e Ilsa, …

Tras la atracción inicial de la pareja, se trata entonces de saber si y cómo se aproximarán uno a otro para que progrese la aventura. Para eso se pueden usar matemáticas –¿y para qué no?–.

Del mismo modo que la teoría dinámica de Newton estudia los movimientos de cuerpos inertes sometidos a fuerzas, la teoría de juegos sirve para predecir los movimientos –acciones– de seres racionales que interaccionan sometidos a las fuerzas que definen sus preferencias. Éstas suelen estar interferidas por elementos que no son sólo biológicos.

En el caso del escarceo amoroso, si la atracción es mutua ambos prefieren que haya encuentro a que no, que sería el peor desenlace. Cada uno debe entonces decidir si dar el paso y acercarse al otro o no darlo esperando que se acerque el otro. Si en este dilema de ¿voy o viene? cada uno prefiere que el otro dé el paso y se acerque, los potenciales tortolitos están experimentando el dilema del gallina, un modelo paradigmático de la teoría de juegos.

¡Gallina!

En el dilema del gallina cada uno debe decidir entre ceder –“voy”– o no –“que venga”–. En este conflicto de a ver quién se sale con la suya, el que cede pasa por ser el “gallina” que da nombre al juego. Está inspirado en un peligroso desafío entre adolescentes de los años cincuenta del siglo pasado, popularizado en una escena de la película Rebelde sin causa de 1955. En una versión del juego, dos adolescentes dirigen de frente sendos coches hacia la colisión: el que se desvía –cede– es el gallina, si ambos lo hacen hay empate, y si nadie lo hace se produce el desastre.

El filósofo y matemático Bertrand Russell usó el juego del gallina como metáfora de la arriesgada política de bloques de la guerra fría del siglo pasado. Entre otras aplicaciones, el dilema ha servido –y sigue sirviendo– como modelo de situaciones de conflicto y cooperación en las relaciones internacionales.

En principio, el dilema del gallina en el flirteo parece sencillo de resolver: uno de los dos se aproxima y comienza la aventura amorosa. En efecto, esa es una solución del dilema según la teoría de juegos –equilibrio de Nash se llama–. En una solución de Nash ninguno gana si cambia de decisión –aproximarse o esperar–. El problema con esa solución es que no es una, sino dos: si los dos protagonistas tienen idéntico planteamiento, ¿quién de los dos da el paso y hace la aproximación?

La solución del columpio: romance improbable

Si los enamoriscados tienen una psicología similar, la teoría de juegos proporciona una única solución, de modo que ambos dudan entre acercarse o no, viajando en su pensamiento entre ambas opciones como en un columpio. Con esta solución, las matemáticas dicen que, si la ganancia psicológica de ceder si no lo hace el otro no es suficientemente mayor que la de no ceder si lo hace, ¡el resultado más probable es que nadie da el paso! A pesar de la atracción mutua, fin de la aventura antes de que comience.

Fin del romance sin que comience. Dibujo por Gianni Peg, CC BY

Es muy posible que ese desenlace nos resulte familiar –y por propia experiencia–. Una excelente versión de esa historia de amor se puede ver en el cortometraje de ficción El columpio, premio Goya en el año 1993.

¿A jugar?

En el escenario de posible conflicto nuclear que planteó Russell, el gallina tiene un desenlace tan potencialmente peligroso –nadie cede, destrucción mutua– que la mejor recomendación es no jugar al juego.

En el contexto del posible romance, el resultado de la historia de amor abortada por la inacción de ambos no parece tan desastroso. Sin embargo, en términos evolutivos es del todo trascendente pasar de la atracción a la acción.

La atracción es el mecanismo para que los sexos opuestos cumplan con el gran objetivo que nuestros genes nos tienen encomendado: copular. Es el modo que tienen para transmitirse a través del tiempo. Según Schopenhauer, el objetivo final del amor sexual es más importante que todos los demás objetivos de la vida humana.

La solución focal: romance seguro

El problema de la solución del columpio del gallina es que siempre hay probabilidad de desastre: no hay romance. Es importante implementar una única solución que garantice que el romance progresa. La solución democrática, que los dos se aproximen, no sirve —no es un equilibrio—: si anticipan que se va a producir, ambos se quedarán quietos esperando al otro

El equilibrio en que uno cede y da el primer paso sí garantiza el romance. Pero son dos. La unicidad de solución es siempre un asunto de interés en matemáticas. En ciencias sociales, no es buena noticia disponer de múltiples soluciones porque puede suceder que no se produzca ninguna. Sí, como aquello de unos por otros y la casa sin barrer…

En realidad, basta seleccionar uno de los dos equilibrios en que uno –y sólo uno– se aproxima. Y que todos lo sepan. Puesto que el asunto es de importancia, los usos culturales y las normas sociales se han ocupado de seleccionar un equilibrio que se conoce como solución focal en la teoría de juegos. Cualquiera de los dos es válido para intentar asegurar el comienzo del romance. Así, en occidente la convención en las relaciones heterosexuales ha sido tradicionalmente que el hombre da el primer paso y corteja a la mujer.

Haz tu movimiento

Sin una solución focal que resuelva quién debe tomar la iniciativa, siempre aparece el riesgo de desastre romántico en la solución del voy o viene del gallina. Como solución integral, la mejor es olvidarse de jugar al gallina, como sugirió Russell, y hacer el movimiento de aproximación al otro, incondicionalmente.

Se puede hacer invitando a salir fuera a fumar –con el énfasis en salir– o a bajarse del tren en la misma parada como en la escena de la película Antes del amanecer. Sea como sea, siempre conviene hacerlo. ¿O quizá no conviene si el futuro está en contra y uno más uno no suman dos? El cortometraje 1+1, plantea esa cuestión con matemáticas.

Interesa mover ficha. De hecho, las matemáticas sugieren que, en el mercado de los posibles romances, es ventajoso mover primero. Y parece ser particularmente ventajoso para las mujeres heterosexuales en Estados Unidos con educación superior cuando los ratios de género les son desfavorables.

La alternativa, si se juega al gallina, es probablemente acabar viviendo esta historia de amor fugaz: me gusta, le gusto, no voy, no viene, fin.The Conversation

José-Manuel Rey, Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN