Cuando la Sede Apostólica queda vacante, la Iglesia universal pone sus ojos en un lugar cargado de historia y misterio: la Capilla Sixtina. Allí, bajo los frescos de Miguel Ángel, los cardenales electores se reúnen en Cónclave para elegir al nuevo Papa. Es un proceso meticulosamente regulado por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, lleno de símbolos, solemnidad y secreto.
«Eligo in Summum Pontificem»
Así comienza la papeleta que cada uno de los 133 cardenales electores recibirá cuando se inicie el próximo Cónclave, previsto para el miércoles 7 de mayo. El documento rectangular se dobla cuidadosamente en dos, y en él se inscribe el nombre del candidato que, según Dios, cada cardenal cree que debe ser elegido.
Antes de que empiece la votación, se eligen por sorteo tres escrutadores, tres infirmarii (encargados de recoger el voto de los cardenales enfermos) y tres auditores. Una vez distribuido el material de votación, el secretario del Colegio Cardenalicio y los ceremonieros abandonan la Capilla Sixtina, y se cierran sus puertas.
La ceremonia del voto
Por orden de precedencia, cada cardenal escribe el nombre elegido, se acerca al altar y, elevando su papeleta, pronuncia en voz alta la fórmula:«Pongo por testigo a Cristo Señor, que me juzgará, de que mi voto es dado a aquel que, según Dios, creo que debe ser elegido».Después, deposita la papeleta en el plato que corona la urna y la introduce cuidadosamente en su interior.
Los cardenales enfermos votan desde sus habitaciones: los infirmarii llevan hasta allí una pequeña urna sellada, que luego se devuelve a la Capilla Sixtina. Los escrutadores cuentan las papeletas y comprueban que su número coincide con el de los votantes. Si hay más o menos, todas se destruyen sin abrir y se repite la votación.
Recuento y humo
Los tres escrutadores leen en voz alta cada papeleta. Uno la abre y anota el nombre; otro la verifica; y el tercero la pronuncia mientras el resto de los cardenales sigue el recuento con una hoja personal. Las papeletas válidas se ensartan con una aguja en la palabra Eligo, se anudan y se conservan hasta su quema.
Si nadie alcanza los dos tercios necesarios (89 votos en esta ocasión), las papeletas se queman en una estufa de hierro fundido de 1939. Una segunda estufa, conectada a un sistema químico, genera humo negro o blanco, que asoma por la famosa chimenea de la Capilla Sixtina, indicando al mundo si ya hay nuevo Pontífice.
Ritmo de votaciones y pausas
Cada jornada puede tener hasta cuatro votaciones, dos por la mañana y dos por la tarde. Si en tres días no hay fumata blanca, se hace una pausa para la oración y la reflexión. Estas pausas se repiten tras cada siete votaciones sin resultado. En caso de llegar al límite sin elección, se pasa a una votación decisiva entre los dos cardenales más votados, aunque estos ya no pueden votar.
La Sala de las Lágrimas
Cuando un cardenal alcanza la mayoría necesaria, el Cónclave ha terminado. El nuevo Papa se retira entonces a la llamada Sala de las Lágrimas, donde viste por primera vez la sotana blanca. Desde allí, tras aceptar el cargo y elegir su nombre, saldrá al balcón de la Plaza de San Pedro como el nuevo Obispo de Roma y líder de la Iglesia católica.
Mientras tanto, el mundo aguardará expectante ante una chimenea que, en su lenguaje de humo, dará una señal histórica. ¿Habemus Papam?