La enésima utilización por parte de la derecha y ultraderecha navarra de la inmigración para sacar réditos electorales -esta vez a través del alcalde de Valtierra-, pone de manifiesto no sólo que para algunos todo vale con tal de llegar o mantenerse en el poder, sino también que, desde posiciones supuestamente antagónicas, se está lejos de dar una respuesta adecuada a ese discurso del odio.
La migración es el tema perfecto para apuntalar el mensaje simplista del populismo derechista. Ese que da respuestas fáciles a cuestiones complejas, que divide a la sociedad entre ‘buenos y malos’, entre ‘ellos y nosotros’. Un discurso de la época de las cruzadas que, multiplicado por las nada inocentes empresas que controlan las redes sociales, sigue vigente en pleno siglo XXI.
Evidentemente, al alcalde de Valtierra y a UPN les resulta mucho más fácil culpar a las personas migrantes de los problemas laborales, de infraestructuras y de servicios sociales que viven muchos de sus vecinos, que admitir que las causas de esa realidad son fruto de las políticas neoliberales que priorizan los intereses de las multinacionales por encima de las necesidades de la mayoría social.
Esta estrategia de la derecha basada en mensajes apocalípticos sobre llegadas masivas de personas migrantes -sean o no menores de edad-, no es nada nuevo. Los tradicionalistas ya alertaban en siglos pasados de los flujos migratorios internos, que llevaba a sus pueblos la lengua y la costumbre de los trabajadores castellanos. Luego, los falangistas denunciaban la pérdida de valores que suponía la migración del mundo rural a las fábricas. Décadas más tarde, la diana se ponía en los latinoamericanos que acudían a Europa, en los que viajaban desde Bulgaria o Rumanía, en quienes empezaban a llegar desde el África subsahariana...
La realidad es que la inmigración contemporánea es un proceso imparable provocado por el capitalismo globalizado, que expulsa a millones de personas de sus casas al provocar pobreza, expolio de materias primas y guerras auspiciadas por la industria armamentística. Por eso, algunos autores defienden el término ‘efecto expulsión’ frente al famoso ‘efecto llamada’, dado que construir un relato basado en las políticas de los países de acogida no hace más que ocultar las verdaderas causas de este fenómeno.
De hecho, no tiene sentido posicionarse a favor o en contra de la migración: no es la causa sino la consecuencia de las políticas que impulsan el rearme armamentístico o el cambio climático.
Tampoco sirve de nada desviar el debate sobre posibles endurecimiento de fronteras o el aumento de los controles. Esas restricciones que exigen y aprueban las derechas en todo el mundo provocan más sufrimiento, discriminación, exclusión y muertes en el tránsito, pero no cambia la tendencia migratoria, más allá del desvío temporal de alguna de las rutas. La inmigración forma parte de la geografía planetaria, guste o no.
Por desgracia, frente a la utilización electoralista del populismo derechista de este realidad, algunos sectores de la izquierda navarra han apostado por una retórica utilitarista, por la que se debe juzgar a los inmigrantes por los beneficios que reportan a la población ‘autóctona’, ya sean económicos (en forma de aumento de PIB o del fondo para el pago de las pensiones), culturales, éticos o sociales.
Un ejemplo de esta deriva lo tenemos en el reciente artículo ‘Cómo nos daña el rechazo de los migrantes’ de la consejera navarra de Derechos sociales, Economía social y Empleo, Carmen Maeztu Villafranca. Entendiendo el fondo del escrito y compartiendo una apuesta firme por denunciar el relato de criminalización de la derecha y por garantizar los derechos de los migrantes menores, hay que dejar claro que, reducir el análisis del fenómeno migratorio al aspecto laboral o económico, antepone el mercado a los derechos con los que nacemos todos los seres humanos.
Porque en el fondo, ese discurso utilitarista trata a los inmigrantes como una reserva de mano de obra que tienen los países europeos, de la que podrían desprenderse a su convenciencia. Eso conlleva que los derechos que se les reconocen solo están vinculados a su condición de trabajadores inmigrantes, muy inferior a la condición plena de ciudadanía.
Frente a este discurso mercantilista que mantiene el ya mencionado ‘ellos y nosotros’ , el reto es construir un modelo con derechos e igualdad. Concebir a los migrantes como sujetos de derechos y deberes, iguales que el conjunto de las personas que vivimos en este territorio. Lo que el Gobierno de Navarra y los ayuntamientos deben hacer es dar respuesta a los problemas que surgen en nuestra sociedad, desarrollando políticas que los minimicen y ajustándolos a una realidad cambiante.
La solución no es crear políticas específicas para los inmigrantes, sino garantizar el acceso en igualdad de condiciones a unos servicios públicos de calidad. La gestión del empadronamiento debe ser ágil, evitando absurdos gastos de tiempo y energías, para dar paso a los verdaderos problemas que todos afrontamos como ciudadanos: vivienda digna y trabajo con derechos.
Siendo conscientes de la existencia de sectores de la población con necesidades diferenciadas, el objetivo prioritario de un gobierno de izquierdas es dar respuesta a las necesidades de la mayoría social, sea cual sea su origen, bajo la construcción de políticas públicas financiadas con una fiscalidad que, haciendo pagar más a los que más tienen, trate de mitigar la desigualdad que genera el capitalismo.
La creación de una Navarra mejor tiene que ver, evidentemente, con la solidaridad y con la empatía, pero sobre todo con la defensa a ultranza de los derechos que tenemos todos los hombres y mujeres que vivimos en esta tierra.
Eduardo Mayordomo. Militante del PCE-EPK en Navarra