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Sí que existen los vampiros

Por A. Victoria de Andrés Fernández, Universidad de Málaga

Publicado: 31/10/2025 ·
08:24
· Actualizado: 31/10/2025 · 08:25
  • Drácula de Ford Coppola

Pocos mitos hay tan redondos como el del Conde Drácula. Es una creación literaria perfecta, tanto que ha trascendido la intención de Bram Stoker para hacerse eterno en la vida real. Porque aunque Drácula se ha ido metamorfoseando con los tiempos, adaptándose a estéticas y modas variadas, siempre ha mantenido su misterioso y ambiguo atractivo.

Empezó en el contexto más puro del romanticismo, inspirándose en ese tenebroso príncipe de Valaquia que pasó a la historia como Vlad III, el Empalador. Más tarde, y tras saltar de las páginas de los libros para hacerse pieza clave del terror clásico, terminó haciendo extrañas incursiones en escenografías tan insospechadas como la erótica o la cómica. Actualmente (y por desgracia), ha perdido una gran parte de su original glamour para pasar a ser uno más de los “cutredisfraces” del Halloween de bazar barato que nos invade.

Esperando que vuelva algún día a recuperar su dignidad aristocrática, me centro en lo que lo hace un personaje único: su hematofagia.

¿Qué significado biológico tiene ser hematófago?

Alimentarse es caro, biológicamente hablando. Hay que buscar el alimento, ingerirlo y trocearlo en la boca, digerirlo con los enzimas digestivos y absorber los principios inmediatos con el intestino. Estos pasan a la sangre, que los distribuye a todas y cada una de las células de nuestro cuerpo.

Lo mismo ocurre con la respiración. El oxígeno entra por la vías respiratorias y, al llegar a los capilarizados alveolos pulmonares, difunde hacia la sangre. La hemoglobina lo capta y, en el interior de los glóbulos rojos, lo reparte por todo el cuerpo.

Nutrientes y oxígeno. Los dos requisitos para mantener el metabolismo celular y, con ello, la vida. La sangre es vida y mantenerla es caro.

Pensemos una alternativa: alimentarnos a costa de la sangre de otro. Nos ahorraríamos gran parte del trabajo. La hematofagia, desde una óptica energética, es muy rentable biológicamente. Como la naturaleza no entiende de justicia ni de moral, ha seleccionado esta manera tan “poco ética” de vivir en grupos animales muy diferentes.

Vampiros de toda índole

La hematofagia constituye un caso típico de convergencia evolutiva, esto es, llegar a Roma (la suculenta sangre del vertebrado) por diferentes caminos (líneas evolutivas muy distintas y distantes).

Quizás el caso más conocido de todos sea el de los mosquitos. Su eficacia alimenticia depende de su sorprendente aparato bucal, una versión biológica de una auténtica aguja hipodérmica conectada a una bomba de aspiración. Detectan el vaso sanguíneo quimiotáctica y térmicamente, pinchan con precisión mejor que la cualquier enfermero y… ¡a tragar!

Las chinches (hemípteras y homópteras) y las pulgas (sifonápteros) presentan un pico chupador análogo, pero con diferentes piezas bucales. Aunque quizás, y siguiendo con los insectos, la lucha más desesperante es la que mantenemos contra los piojos. No solo se limitan a alimentarse a nuestra costa, sino que se se quedan a vivir y a reproducirse en nuestras cabezas.

Una pulga succionando sangre en una piel humana. Tomasz Klejdysz/Shutterstock

Las sofisticadas sanguijuelas

No obstante, el invertebrado más sofisticado en este aspecto son las sanguijuelas. Aseguran que no se le escape su presa pegándose a ella mediante potentes ventosas. En el centro de una de ellas se abre la boca, de potentes mandíbulas que cortan la piel y producen una herida que sangra a borbotones.

La razón estriba en su compleja y plural saliva, que contiene un anestésico insensibilizador de la zona sangrante que hace que la víctima ni se percate de lo que le está ocurriendo. También incluye en su composición un vasodilatador que procura el sangrado a borbotones. Termina esta sofisticada formulación química con hirudina, un potente inhibidor de la coagulación. Por todo ello, y en los tiempos en los que se creía que muchas enfermedades las causaba la “mala sangre”, las sanguijuelas se utilizaban en escenas de sangrías a enfermos más propias de una película de terror que de una técnica científica.

Ejemplar de sanguijuela. Juta/Shutterestock

Actualmente ya no se utilizan estas drásticas terapias, aunque sí que se aprovechan las propiedades de la hirudina en el ensayo de nuevos fármacos para el tratamiento de pacientes con síndrome coronario agudo, trombosis venosa profunda o la embolia pulmonar donde los riesgos de trombosis son muy elevados.

Aunque la adaptación evolutiva de la hematofagia de quienes nos chupan la sangre “desde fuera” no está mal, es mejor hacerlo desde dentro. Nematodos (como Ancylostoma duodenale y _Necator americanus)_ o trematodos (como Schistosoma mansoni, S. haematobium o S. japonicum) son unos espantosos gusanos que pueden parasitarnos desde el interior de nuestros intestinos o nuestros vasos sanguíneos. No los rechazamos porque su adaptación parasitaria es tal que son capaces de producir moléculas inmunosupresoras para poder alimentarse de nuestra sangre sin ser eliminados por el sistema inmune. Horrible para nosotros, fascinante para la biología.

Vampiros de leyenda

Pero de todos los “chupasangre”, los más noveleros son los que encarnan la universal leyenda de los vampiros. Quizás sea debido a que estos quirópteros (mamíferos alados), tres especies de murciélago pertenecientes a la subfamilia Desmodontinae, funcionan de una manera bastante bruta y cruenta. Con sus afilados incisivos (no caninos, como los de su alter ego el Conde Drácula) cortan la piel y la musculatura subyacente de su víctima para que la herida produzca sangre.

Para que el delicioso “maná” no deje de brotar, también utilizan su anticoagulante saliva, pero la aplican de una manera mucho más espeluznante. Con el fin de evitar la formación del tapón plaquetario (que los dejaría sin postre), los vampiros, cada ratito, dejan de succionar y lamen la herida. Desde nuestro antropomórfico punto de vista, este hecho nos produce, cuanto menos, escalofríos.

La fuerza potencial del gesto lo supo ver muy bien Francis Ford Coppola. En su película Drácula (1992), un espléndidamente caracterizado Gary Oldman lame el borde de la sangrienta navaja en una escena de terror con una estética difícil de olvidar.

Más que chupasangres

Está clara la acción desvitalizante que nos producen todos estos organismos, pero es que hay mucho más. Mosquitos, pulgas o chinches pican a unos y saltan a otros, lo que trasforman a sus “agujas biológicas” en vehículos de transmisión de enfermedades bacterianas, víricas y protozoáricas. La malaria, por poner un ejemplo de una de las primeras causas de muerte de la humanidad, es causada por un protozoo transmitido a través de picaduras de mosquitos del género Anopheles.

Y después están los vampiros de dos patas, esos que te chupan la ilusión, la confianza y la filantropía. Pero esos se escapan del campo de la biología.The Conversation

A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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