En ningún encuentro, charla o reunión sobre violencia machista puede faltar Cristina Fallarás ya que la escritora, periodista y activista, ha sido víctima de diferentes manifestaciones de violencia de género. Las ha contado en primera persona en libros, artículos y redes sociales y, todo esto, le ha supuesto un grave coste personal. En 2018 creó #Cuéntalo un movimiento en el que participaron tres millones de mujeres en el 2018 y dio paso a otras plataformas para denunciar los casos de violencias contra las mujeres. Cristina sigue poniendo su cuerpo para que las mujeres puedan denunciar la violencia sexual vivida pero sin que les arruinen la vida porque, para ella, el feminismo es una postura de vida, es habitar el mundo con compasión y ternura. Este viernes, en Sarriguren, aborda diferentes temas que afectan a las mujeres
¿Por qué las mujeres prefieren acudir a tu cuenta de Instagram y no denunciar en una comisaría o en los recursos específicos?
Principalmente por miedo porque no quieren que les arruinen la vida; denunciar en una comisaría es algo muy difícil y costoso para todas ellas. Y porque seguramente que la insistencia para que acudan a un juzgado o a una comisaría para denunciar es una forma más de violentar y "silenciar" a las víctimas. Hay que ponerse en la situación en la que cuando quieres contar lo que te han hecho y te obligan a ir a una comisaría o a un juzgado, te lo piensas dos veces. Si lo que te dan es una posibilidad, con todo el dolor que implica la violencia sexual, de contarlo y que se haga público… Eso demuestra que los otros canales son vías de silenciamiento. Esto no quita a que haya que denunciar pero siempre que las mujeres estén preparadas y tengas fuerzas.
Tengamos en cuenta que la violencia sexual, hasta hace nada, era una penetración vaginal; pero en este momento a nadie le cabe duda de que te toquen las tetas en el Metro es violencia sexual o que un tío te pellizque el culo en la oficina es violencia sexual. Hasta hace nada esto era un “baboso”. Por eso era necesario volver a relatar la violencia sexual y había que relatarla desde el punto de vista de las mujeres, porque no basta sólo con que el poder judicial diga qué es violencia sexual, faltaban los testimonios de las víctimas que de manera anónima han podido escribir y enviarme. No es nada fácil lo que hacen pero para ellas es liberador y, en parte, sanador.
Usted que siempre se reivindica como feminista, ¿cómo ve que paradójicamente haya una generación en la que los hombres varones, especialmente, rechacen el feminismo?
Es así, pero la responsabilidad no es suya, es de sus mayores. Las mujeres mayores hemos trabajado mucho contra el machismo y contra la violencia machista. Hemos leído mucho, hemos ido a muchas conferencias, a muchas manifestaciones y hemos estudiado mucho. De nuestro trabajo dejamos herramientas a las chavalas, pero creo que hay una inacción y una dejación de responsabilidades por parte de los hombres mayores a la hora de dotar de herramientas a los chavales para reconocerse en una masculinidad señalada.
Esto es gravísimo, si bien es cierto que pueden abrazar el relato de las mujeres feministas en el caso de que quieran, por parte de varones mayores deberían estar elaborando herramientas para que sus menores, sus chavales, las tengan. Estos chavales se enfrentan sin herramientas a un mundo que ha cambiado radicalmente. De ahí nace la violencia, la frustración y la rabia. Yo también me enfrentaría con rabia a un mundo que no comprendo para el cual no me han dado herramientas.
Y en esta era digital, ¿qué podemos hacer para que se identifique la violencia digital como una violencia real?
Vivimos en una creciente red de comunidades en línea conocida como la “manosfera” que se está convirtiendo en una grave amenaza para la igualdad y frente a las violencias sexuales porque influyen cada vez más en las actitudes y en los comportamientos difundiendo misoginia y odio hacia las mujeres.
La violencia digital hasta ahora estaba muy focalizada ya que nos señalaban y nos lanzaban a las manadas para acallarnos. Ahora lo que se hace es popularizar esas herramientas. Una vez entrenadas con nosotras, mujeres señaladas, que era muy fácil, van a por todas. En un grupo de un colegio en el que los niños utilizan el WhatsApp para desnudar a sus compañeras mediante la inteligencia artificial, han pulido la técnica de sus maestros, de sus mayores. La primera violencia digital fue ejemplarizante, ahora ha cundido, se ha expandido, ha habido una labor de pedagogía. Esos primeros violentos de Twitter han enseñado al resto de hombres que se puede usar contra sus vecinas, una antigua novia, una compañera. Este segundo paso en la violencia digital es atroz y tengo más temores que certezas.
Y ahora, utilizando las redes sociales, hacéis pública la única red social feminista para que las mujeres puedan compartir con libertad sus testimonios, La Nuestra.
Estamos encantas porque en dos semanas hemos recaudado mediante crowdfunding 50.000€ con pequeñas aportaciones de mujeres que quieren ser parte de la red como fundadoras. Ya se sabe que a los hombres varones los bancos les conceden créditos, pero a nosotras son las amigas porque pretendemos crear un espacio digital seguro en el que las mujeres relaten por sí mismas sus historias y la violencia que se ha ejercido contra ellas para crear una comunidad de apoyo y un gran archivo recopilatorio.
Somos millones de mujeres las que, en España, de una manera u otra, entre el movimiento #Cuéntalo, el movimiento #SeAcabó y el movimiento de recopilación testimonial anónima, hemos participado, porque entendemos que tenemos que crear una memoria colectiva. Este archivo deberían haberlo hecho las instituciones, que deberían estudiarlo por la cantidad de datos e información que aporta y que refleja una realidad creciente, cuyas cifras contrastan con las oficiales debido a importantes diferencias cuantitativas porque la importancia de esta plataforma recae también en el hecho de que tener un lugar donde poder expresarse libremente, sin ser insultada o acosada, nos va a venir muy bien porque nos pasamos el tiempo defendiéndonos, y nos defendemos tanto que nos están impidiendo imaginar. Si encontráramos entornos más tranquilos, podríamos volver a imaginar un futuro mejor y no pasarnos el tiempo respondiendo a las violencias contra nosotras o contra nuestras compañeras.




