Domingo Urtasun Martínez (Arboniés, 1945-Pamplona, 2025) fue mucho más que un párroco: fue el símbolo de una Iglesia valiente, capaz de plantar cara a la opresión y la violencia allí donde le tocó servir. Su vida fue un fascinante viaje de compromiso ético y humano, desde el calor revolucionario de Nicaragua hasta el dolor de las víctimas del terrorismo en Navarra.
Misión y valentía en Nicaragua
Agustino recoleto, Urtasun, tras ser ordenado sacerdote en 1972, se embarcó en una labor internacional que lo llevó primero a Panamá y, en 1974, a tierras nicaragüenses. Allí pasó 24 años de turbulencias históricas, enfrentando la dictadura de la familia Somoza y, más tarde, los excesos de la revolución sandinista. No se limitó al trabajo pastoral: colaboró en prensa y documentó la represión y las contradicciones del poder en el libro “Nicaragua: Memorias de un Misionero” (2004). Se erigió así en cronista y defensor de los derechos humanos, siempre del lado de los indefensos, enfrentándose sin temor a la violencia estatal y a los abusos de poder.
Un pastor firme en Berriozar frente al terrorismo de ETA
En 1997, Urtasun regresó a Navarra y fue incardinado en la Archidiócesis de Pamplona, asumiendo, entre otros destinos, la parroquia de Berriozar. El año 2000 marcó un antes y un después en su vida y en la comunidad: ETA asesinó al subteniente del Ejército, Francisco Casanova, vecino muy querido del municipio.
Domingo no dudó en levantar la voz desde el púlpito y en los medios, condenando el crimen con una contundencia infrecuente en aquel clima de miedo y silencio. Recibió incluso amenazas y una carta de ETA, a las que respondió con valentía y dignidad: “Jamás ayudaré a ningún crimen ni encubriré la violencia”, afirmó. Convertido en referente ético, acompañó a la comunidad en su duelo, promoviendo misas y homenajes y animando a los vecinos a no ceder nunca ante la barbarie. Su papel fue fundamental para que Berriozar pudiera reivindicar la memoria de Paco Casanova y de todas las víctimas, convirtiendo la parroquia en refugio de esperanza y dignidad.
El adiós a un hombre íntegro
Tras una vida dedicada al servicio y la denuncia de toda injusticia, Domingo Urtasun falleció en el Retiro Sacerdotal del Buen Pastor, a los 80 años.Hoy, su legado perdura no sólo en la memoria de quienes compartieron con él la fe, sino también entre quienes buscan referentes de coraje ante la violencia y el miedo.
La Navarra dolida de los años duros de ETA y la Nicaragua herida por dictaduras y revoluciones encontrarán siempre en la figura de Domingo Urtasun el ejemplo –discreto pero indomable– de quien supo estar del lado correcto de la historia. Su vida fue una larga crónica de firmeza ética, de fraternidad, y de esperanza, desde los barrios humildes de Managua hasta la última misa por la paz celebrada en Berriozar.
(publicada en el Diario de Navarra el 23/05/2007).
A quien concierna:
He recibido una carta, sin remite y sin firma, a la que contesto públicamente, con la esperanza de que sea leída por los interesados.
Mi primera impresión fue de sorpresa. Pero después de releerla detenidamente, no dudé en pensar que lo que tenía en mis manos era un panfleto del más rancio corte estalinista.
Esto se desprende ya desde el primer párrafo que dice literalmente: «Nos dirigimos a Vd. porque venimos constatando su inhibición y escaso interés en la defensa de la Iglesia Vasca». ¿Desde cuándo existe la «iglesia vasca»? ¿Quién es el fundador de tal iglesia? ¿Quiénes son sus autoridades? ¿En qué lugar de Euskal Herría residen?... No alarguemos inútilmente este interrogatorio. Yo he sido bautizado en la Iglesia Católica, que tiene su origen y fundamento en Jesucristo. Mi Obispo y el Papa son mis autoridades. Y todos mis esfuerzos están orientados en esa dirección.
Por otra parte, ¿quiénes son Uds. para pretender «obligarme a trabajar más activamente por una Euskal Herría libre, soberana e independiente», como afirman en su carta?
Desde mi infancia aprendí que mi patria es España. En ella he crecido, en ella vivo y en ella espero morir, si Dios quiere. No estoy, en absoluto, por la labor de establecer nuevas fronteras, sino más bien por derribar muros y mugas que nos separen.
Tienen la desfachatez de señalarme algunas tareas, como por ejemplo: «poner nombres vascos a los que se bautizan». Señores míos, ¿de verdad que hablan en serio? ¿Estarían dispuestos a aceptar que el cura pusiera los nombres a sus hijos? No me lo puedo creer. Para darle consistencia a tan absurda proposición citan «el comportamiento ejemplar de muchos curas patriotas».
Yo pensaba que este lenguaje obsoleto y arcaico, y este afán por promover «iglesias patriotas», sólo se daba en la extinta Unión Soviética y en los países de su órbita comunista, sin excluir la China de Mao Tse-Tung. Esto me suena a manual de Marxismo-Leninismo para principiantes.
Finalmente, su atrevimiento llega hasta «pedirme, también, el voto para H.B. ¡Qué más da cómo nos llamen los fascistas…!» Pues va a ser que no. Sería lo último que se me pudiera ocurrir. ¿Cómo voy a votar por quienes no son capaces de condenar la violencia que asesina indiscriminadamente, y no sienten ningún escrúpulo al profanar los humildes monumentos que el pueblo erige en recuerdo de las víctimas del terrorismo, como acaba de suceder en Berriozar con el monumento a Francisco Casanova, a quien me correspondió enterrar?. Es como volver a asesinarlo de nuevo.
De verdad que no me resulta ilusionante colaborar con sujetos de semejante catadura moral.
Domingo Urtasun, párroco de Mendavia