Osasuna, este equipo que nunca se rinde, volvió a escribir una página dorada en El Sadar al imponerse 2-0 al Atlético de Madrid, once años después de la última vez que doblegó a los colchoneros en casa. La victoria, más que tres puntos, es un grito de esperanza: Europa está al alcance de la mano y el equipo depende sobre todo, de sí mismo, en un próximo duelo con el Espanyol también en su casa.
El partido fue un pulso de intensidad y nervios. El Atlético salió con galones, presionando arriba y buscando ahogar a los rojillos, pero Osasuna, fiel a su estilo, resistió el chaparrón inicial y esperó su momento. Y llegó, cómo no, a balón parado. En el minuto 25, Bryan Zaragoza sirvió un córner medido y Catena, imperial, se zafó de Giménez para cabecear a la red el 1-0. El Sadar rugió como en las grandes noches y el Atlético, aturdido, no supo reaccionar.
Sorloth pudo empatar antes del descanso, pero se topó con un Sergio Herrera felino bajo palos. El Atlético, plano y sin ideas, lo intentó con los cambios en la segunda mitad, pero ni la entrada de Griezmann ni el empuje de Correa alteraron el guion. Osasuna, ordenado y solidario, aguantó el tipo y esperó la estocada definitiva.
Y la sentencia llegó en el 82: Kike Barja, recién ingresado, puso un centro envenenado al primer palo y Budimir, el hombre de los goles imposibles, se adelantó a Giménez para cabecear el 2-0. El croata, que ya es leyenda en Pamplona, igualó a Vergara como máximo goleador rojillo en una temporada de Primera. El Sadar estalló. La grada, que no dejó de empujar ni un segundo, se entregó a la fiesta.
No se veía una victoria así ante el Atlético desde febrero de 2014. El Sadar, con más de 21.000 almas, fue un volcán. Cada despeje, cada carrera, cada falta arrancaba aplausos y cánticos. El sueño europeo, ese que parecía una quimera, está más vivo que nunca. Osasuna suma tres puntos de oro y depende de sí mismo para pelear por la Liga Conferencia.
El domingo espera el Espanyol, otra cita en casa. Pero hoy, Osasuna se permite soñar. Dependemos de nosotros mismos y no hay que confiarse.