Nil Moliner ha convertido el Navarra Arena en su particular “lugar paraíso” en una noche que ha sonado a final de etapa y a principio de algo nuevo. El catalán firmó este sábado un concierto de alta intensidad emocional y energética, a la altura de un fin de gira que Pamplona vivió como un acontecimiento propio.
El recinto pamplonés se presentó como uno de los tres grandes escenarios elegidos para despedir “Lugar Paraíso Tour”, junto al Wizink Center de Madrid y el Palau Sant Jordi de Barcelona. No era una fecha más en el calendario, sino la primera de las tres grandes paradas con las que el artista cierra dos años de carretera, festivales y salas con el cartel de entradas agotadas. Desde primera hora de la tarde, los alrededores del Navarra Arena reflejaban cita grande: colas tempranas, pulseras de colores, camisetas con letras de canciones y un público muy transversal, de adolescentes a familias completas.
Idoia abre la noche
La velada se abrió con la actuación de Idoia Asurmendi, escogida por el propio Moliner como telonera para este concierto tan simbólico. La navarra, que ya había sido señalada por el catalán como una artista “genial” con la que comparte complicidad personal, ofreció un set cercano y delicado, que ayudó a calentar el ambiente sin robar protagonismo a lo que estaba por venir. Su presencia sobre el escenario reforzó la idea de estos conciertos finales como punto de encuentro entre etapas y generaciones del pop en castellano.
Un arranque a lo grande
Poco después de las nueve de la noche, con el pabellón ya encendido y las luces apagadas, el “Lugar Paraíso Tour” se desplegó en todo su imaginario. Moliner apareció entre un juego de luces y visuales trabajados, acompañado por una banda afianzada tras dos años de gira, para abrir con uno de esos temas que el público se sabe de memoria y canta desde el primer estribillo. Desde ese instante quedó claro que el concierto iba a ser un intercambio constante entre un artista que se siente como en casa en directo y una grada entregada.
Un directo que confirma su estatus
Consolidado ya como uno de los directos más potentes del panorama nacional, Moliner fue encadenando himnos generacionales, medios tiempos confesionales y estallidos de pop luminoso que hicieron honor a la fama de la gira. El Navarra Arena respondió a cada guiño, coreando estribillos, acompañando palmas y levantando los móviles en los momentos más íntimos, esos en los que el músico recuerda que la música, de alguna manera, le ha salvado la vida.
El equilibrio entre espectáculo de gran formato y cercanía fue una de las claves de la noche, con el catalán moviéndose por la pasarela, hablando al público de tú a tú y reivindicando el valor del directo.


