La tarde del 20 de julio de 1936 un grupo de falangistas armados entraron, de forma tumultuosa y violenta, en la sede del periódico nacionalista “La Voz de Navarra” de Pamplona. Eran momentos convulsos en la ciudad, el golpe de estado fascista se había producido apenas 48 horas antes, y la gente de izquierdas y nacionalista tenía motivos sobrados para tener miedo, en una ciudad donde requetés y falangistas comenzaban a campar a sus anchas.
El grupo de asaltantes estaba encabezado, entre otros, por el eclesiástico Fermín Yzurdiaga Lorca y un joven falangista llamado Ángel María Pascual. Los asaltantes sorprendieron al director de “La Voz”, José Aguerre, en el interior de la redacción de su periódico, y lo reconocieron en el acto. Lo sacaron a golpes de la sede, le dieron un culatazo en la boca, que le produjo la rotura de varios dientes y una copiosa hemorragia, y lo arrastraron seminconsciente escaleras abajo.
José Aguerre fue detenido y encerrado durante semanas, siendo sometido a todo tipo de vejaciones, malos tratos y torturas. Según el testimonio del periodista Iván Giménez (“Aguerre y Garcilaso”, Pamiela 2013), se libró del fusilamiento “in extremis”, gracias a que, al parecer, su madre había sido nodriza de otro siniestro fascista, Benito Santesteban.
Tras aquel asalto el periódico “La Voz de Navarra” fue incautado por Falange, que aprovechó local y maquinaria para fundar el diario “Arriba España”, del que, no por casualidad, sus directivos fueron precisamente Fermín Yzurdiaga y Ángel María Pascual, beneficiarios directos del asalto que ellos mismos habían protagonizado. Aquellos hechos provocaron, además, la ruina personal y profesional de José Aguerre, que tras muchas penurias terminaría fundando una academia de clases particulares para poder sobrevivir.
La retirada del callejero pamplonés de Ángel María Pascual, protagonista del asalto al diario “La Voz de Navarra”, y de Víctor Eusa, miembro de la sangrienta Junta de Guerra Carlista de Pamplona (una de aquellas que en la Ribera llamaban “juntas de matar”), ha provocado las críticas de algunos sectores. Y el argumento empleado ha sido la brillante trayectoria profesional posterior de ambos fascistas, el uno como escritor y el otro como arquitecto municipal. Un exalcalde de Pamplona, el también arquitecto Enrique Maya, vicepresidente de UPN por más señas, entre otras consideraciones, dijo que se les retiraba del callejero porque “pensaban” de manera diferente (Diario de Navarra 15-4-2025), obviando deliberada e inexplicablemente el papel que estas personas jugaron durante el golpe fascista de 1936, la Guerra Civil y la posterior dictadura de Franco.
Los nombres que van a ser retirados del callejero por resolución de la alcaldía de Pamplona no se retiran por capricho. Se eliminan a instancia de la Dirección de Memoria y Convivencia de Gobierno de Navarra, por tratarse de personas que estuvieron directamente vinculadas al fascismo y al golpe de Estado de 1936. Por haber participado en él y por haber sido corresponsables de la desgracia de muchas personas.
Nada hay que objetar a su trayectoria profesional, por supuesto, pero esto no basta. ¿Cuánto de bueno hubiera tenido que ser como arquitecto el nazi Albert Speer, arquitecto de cámara de Hitler, para tener hoy una calle en Berlín? ¿Cuánto de bueno hubiera tenido que ser como médico Josef Mengele, autor al parecer de una brillante tesis doctoral “cum laude” sobre genética, para borrar su papel en los campos de exterminio nazis y ser honrado con una calle en su Guzburgo natal? La respuesta es obvia.
El antropólogo navarro José Antonio Jauregui (“Las reglas del juego: las tribus”, 1977) decía que, en las sociedades actuales, las calles y las plazas son algo así como altares populares, donde pueblos y ciudades colocan a las personas cuyo modelo se quiere ensalzar y perpetuar. Y ahí está la clave. Angel María Pascual y Víctor Eusa tuvieron trayectorias brillantes, y dejaron un poso en la ciudad, no hay duda de ello. Y podemos incluso hacer el esfuerzo de ignorar su pasado fascista a la hora de valorar la calidad de su obra. Pero en modo alguno reúnen las cualidades necesarias para que su nombre presida calles donde viven personas, hombres y mujeres, que pudieron haber sido víctimas de su siniestro pasado.
Joseba Asiron Saez, Historiador y alcalde de Pamplona/Iruñea